Las montañas del Sáhara guardan el secreto de grandes lagos que existieron hace miles de años

¿Sabías que en lo más alto del desierto del Sáhara, uno de los lugares más secos y extremos del planeta, yacieron enormes lagos que alguna vez dieron vida y frescura a lo que hoy es una tierra árida? Aventúrate conmigo al corazón de las montañas Tibesti, donde la ciencia ha desvelado el antiguo secreto del agua perdida del Sáhara.

En las alturas olvidadas: el volcán Emi Koussi y el cráter Era Kohor

Imagínate el viento rozando tu rostro mientras desciendes por las paredes escarpadas del subcráter Era Kohor, casi a 3.500 metros sobre el nivel del mar. Emi Koussi, considerado el techo del Sáhara, esconde en su cima una caldera lunar que parece ajena al bullicio del resto del mundo. Allí, donde solo los más audaces y la investigación científica logran llegar, se sostienen las huellas de un pasado radicalmente diferente: costras de sal como nevadas eternas, residuos de lo que fue una masa líquida monumental.

Las fotografías más recientes, como esta imagen capturada desde el mismo borde del abismo volcánico, relatan una historia de paisajes sumergidos bajo aguas profundas en el corazón del desierto. Costras de sal, sedimentos blanquecinos y una quietud casi absoluta son ahora los testigos mudos de aquel lago perdido.

Las montañas del Sáhara guardan el secreto de grandes lagos que existieron hace miles de años

El Sahara, un vergel que existió

Por difícil que resulte de creer, el inmenso arenal que hoy asociamos con sequía e inhóspitos horizontes, fue hace apenas unos pocos milenios una región mucho más verde y acogedora. ¡Lagos, ríos, y vegetación modelaron el relieve y atrajeron vida! Los cráteres de Tibesti, una elevadísima cordillera al sur de Libia, fueron auténticas reservas de agua dulce.

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Aquel paraíso efímero —de apenas unos miles de años atrás— habría sido fundamental para la fauna, la flora y las comunidades humanas de la zona. El agua de la vida. Todavía hoy, en los cráteres volcánicos olvidados, el legado salino de esos lagos aparece como un guiño blanco entre las rocas negras y el polvo ocre.

Grandes misterios: ¿de dónde vino tanta agua?

Hasta hace poco, el origen de esos lagos era un auténtico enigma. Modelos antiguos apuntaban al sur del continente, pero las sospechas crecían. Quedaba algo sin explicar: ¿cómo llegó suficiente agua a estos cráteres para llenarlos hasta más de 300 metros de profundidad?

Científicos al ataque: reconstruir el clima del Sahara antiguo

Un equipo internacional, con expertos como Philipp Hoelzmann (Freie Universität Berlin) y Martin Claussen (Instituto Max Planck de Meteorología), decidió poner a prueba las teorías existentes con herramientas modernas. Mezclaron geología, análisis químicos, exploración del terreno y modelos informáticos avanzados. Así, a partir de sedimentos extraídos directamente del fondo de los cráteres, viajaron miles de años atrás para investigar el pasado húmedo del Sahara.

Utilizando modelos de predicción meteorológica —como el sofisticado ICON-NWP—, los científicos lograron lo impensable: simular el clima del norte de Tibesti hace unos 7.000 años, con un nivel de detalle nunca visto (¡5 kilómetros de resolución!). De forma paralela, otro modelo (MPI-ESM) permitió estimar la temperatura del mar Mediterráneo en aquel entonces.

Ah, pero había más. Gracias a la teledetección vía satélite y la cartografía de microdrenajes, los investigadores dibujaron un retrato exacto de cómo la ladera escarpada de las montañas afectaba a la lluvia y la captación de agua en el sistema de cráteres.

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Lluvias mediterráneas: el motor oculto de los lagos saharianos

El resultado de esta investigación fue tan sorprendente como revelador. Según los nuevos datos, hace 7.000 años, el norte del Tibesti recibía al menos diez veces más lluvia que las zonas bajas circundantes. El motivo: el ascenso brutal de masas de aire húmedo procedentes, nada menos, que del noreste del Mediterráneo. ¡No venían del sur, sino del mismísimo mar Mediterráneo!

El imponente «Doon Orei» —el Gran Agujero—, situado al norte, acumuló un lago de más de 330 metros de profundidad. El Era Kohor, más al sur, albergó una masa de agua algo menor, con cerca de 130 metros de profundidad. El secreto estaba, literalmente, en la orografía: las montañas forzaban el aire húmedo a elevarse, condensarse y soltar su tesoro líquido justo en esos cráteres privilegiados.

Millones de años de historia y una advertencia para el futuro

El estudio arroja luz sobre el llamado Período Húmedo Africano, una ventana insólita en la historia reciente del Sáhara donde la vida floreció intensamente. Y enseña una lección de humildad: solo con simulaciones de altísima resolución hemos podido descubrir el impacto real de la topografía en el clima y el agua. Los modelos antiguos, menos precisos, simplemente no captaban el secreto de las montañas de Tibesti. Hoy, esto nos ayuda a prepararnos para entender, y tal vez anticipar, cómo el calentamiento global y el cambio climático pueden volver a transformar el legendario desierto africano.

Reflexión final: la sal del pasado y la sed del futuro

Así, la blanca costra de sal del subcráter Era Kohor no es solo un fósil de agua fósil. Es una postal singular enviada desde una época en que los desiertos verdes sí existieron. Un recordatorio de que la Tierra siempre guarda sorpresas bajo sus capas y sedimentos. Y que, quizás, aún no sabemos del todo de qué será capaz el Sáhara en los años por venir.

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