Hasta los animales lo hacen raro (el sexo, claro)

Los animales tienen sexo de las formas más curiosas, con mucho esfuerzo y a veces arriesgando la vida. Y también hay especies que buscan (y alcanzan) el orgasmo.

leones, apareamiento
Los leones pueden aparearse 50 veces al día durante los 3-4 días en que la leona está en celo.

El sexo es una de las cosas más comunes de la naturaleza: (casi) todo el mundo lo hace, animales, plantas, hongos. Y para aparearse, los animales están dispuestos a todo. Pero, ¿qué estratagemas adoptan para encontrar la pareja adecuada y reproducirse? Son muchas, diferentes, extrañas y arriesgadas. Incluso mortales.

La paliza del elefante marino

Por ejemplo, un elefante marino macho dominante tiene que defender su harén de hembras dando palizas a sus rivales. «Y durante ese tiempo no puede adentrarse en el mar para comer, tiene que vigilar la playa y a las hembras», dice Francesco Ficetola, profesor de estrategias reproductivas de la Universidad de Milán. Un estudio de Sophia Volzke, de la Universidad de Tasmania, descubrió que los elefantes marinos del sur machos mueren antes, porque para engordar permanecen en zonas marinas ricas en comida pero llenas de depredadores.

Sin embargo, nada es comparable con el camarón mantis macho, que pierde la cabeza para mantener relaciones sexuales, ya que la hembra puede arrancársela durante la cópula si no logra escapar antes. «Los estudios demuestran, sin embargo, que si se la come, la hembra tiene más recursos y produce más huevos», explica Ficetola.

Novios (muy) pegajosos

Algunos peces, en cambio, se han convertido en los novios más pegajosos del mundo animal. En algunas especies de lophiformes, que viven en abismos donde no es fácil encontrar pareja, el macho sigue el olor de una hembra y se adhiere a su cuerpo: se convierte en un vástago que recibe alimento y proporciona esperma.

Para algunos, el sexo es el único objetivo de la vida adulta. «Algunos mariposas tras su metamorfosis de oruga, no comen, viven sólo unos días y lo único que hacen es buscar pareja y aparearse», añade Ficetola.

Bonobo, el sexo por encima de todo

Hay especies, pues, que experimentan (también) placer. Las más conocidas y estudiadas son los bonobo. «Entre los bonobos, el sexo es omnipresente, no sólo se da durante el periodo fértil de las hembras con fines reproductivos, sino siempre. Hay relaciones entre machos y hembras y homosexuales, sobre todo entre hembras», explica Elisabetta Palagi, profesora de etología de la Universidad de Pisa.

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‘Con el sexo se reducen las tensiones sociales y se hacen amistades. Las hembras que tienen más contacto sexual entre sí forman alianzas y esto significa obtener ayuda y acceso a la comida, lo que supone una ventaja reproductiva a largo plazo’.

¿Tienen orgasmos las ratas?

Gonzalo Quintana Zunino, de la Universidad de Tarapacá (Chile), abordó esta cuestión en un estudio titulado ¿Tienen orgasmos las ratas? «No estamos seguros de que los animales experimenten orgasmos. Pero hemos identificado en las ratas algunas respuestas mensurables similares a las que se detectan en la experiencia subjetiva humana: cambios fisiológicos, como contracciones musculares en la zona genital; comportamientos que señalan un estado de placer, como la relajación o las vocalizaciones (en el sexo, las ratas emiten vocalizaciones ultrasónicas, reflejo de sensaciones placenteras: tanto las hembras como los machos, tras la eyaculación); cambios de comportamiento a largo plazo, como la asociación entre la experiencia placentera del sexo y un olor», explica.

«Las ratas, como los humanos, experimentan deseo sexual, excitación, orgasmo. Para medir el deseo, entrenamos a una rata para que espere a su pareja en una caja: mientras la espera, aumenta su actividad. La excitación puede medirse por el flujo de sangre hacia los genitales. También hay comportamientos precisos: la hembra salta alrededor del macho y mueve las orejas».

Para saber lo que sienten, sin embargo, tendríamos que preguntárselo. Y no podemos. «Pero hemos observado que durante el sexo -por ejemplo, cuando dos hembras frotan sus genitales- hacen una expresión facial característica, como una risa dentada, a menudo acompañada de una vocalización típica: se cree que es una indicación de placer, si no de orgasmo.

¿Por qué si no tendrían relaciones sexuales? El beneficio inmediato podría ser el placer. Podemos plantear la hipótesis de que los individuos a los que les gustaba practicar sexo formaban más alianzas, se reproducían más, y el carácter se extendía así por la población», prosigue Palagi, que en un estudio destacó la importancia de las miradas y las expresiones faciales. «En el sexo, cara a cara, se miran a los ojos y se reproducen las expresiones faciales: cuanto más largo es el intercambio de miradas, más dura la relación».

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El interruptor en el cerebro

Pero, ¿qué hace clic en el cerebro de los animales para «motivarlos» para el sexo y el apareamiento? No se puede hacer que dos bonobos tengan relaciones sexuales en una máquina de resonancia magnética funcional, como los humanos», bromea Palagi.

Pero sabemos, dice Quintana Zunino, que «las señales viajan desde los sentidos a través de los nervios y la médula espinal. Estas conexiones llegan a zonas del cerebro que controlan órganos y orquestan un juego de excitación e inhibición. Sistemas como el de recompensa se activan a través de la actividad de las neuronas que liberan dopamina. Son casi las mismas reacciones que vemos en los humanos».

También en ratones, se identificó una clave del deseo masculino: la transformación, en el cerebro, de testosterona en estrógenos mediante la acción de una enzima, la aromatasa. Los ratones modificados para carecer de aromatasa estaban mucho menos interesados en el sexo.

Muchas hormonas intervienen en la respuesta sexual de los animales, como la oxitocina, que facilita el comportamiento sexual y está relacionada con la formación de vínculos», añade Quintana Zunino. Por ejemplo, en las hembras de ratón un pequeño grupo de neuronas responde a la oxitocina y modula el comportamiento en el celo, haciendo que las hembras se interesen por acercarse a los machos.

Buscando pareja

Sin embargo, hay que dar un paso atrás. Para llegar al sexo hay que encontrar pareja. Y en el momento adecuado. Por ello, la naturaleza ha ideado diversas estrategias. «que explotan los canales sensoriales existentes determinados por la ecología. El aves en su mayoría diurnas, utilizan señales visuales.

En insectos, adaptado para detectar olores de plantas en el entorno, domina el sentido del olfato», explica Pilastro. Un insecto macho puede seguir durante kilómetros el rastro de feromonas, las sustancias utilizadas como mensajes químicos, de una hembra. Pero estas sustancias también «atraen» a los mamíferos. Los machos de jirafa Lamen la orina de las hembras para detectar las feromonas que emiten cuando están disponibles para aparearse.

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Las dos estrategias: apareamiento o…

Por último, la gran cuestión: conquistar a la pareja. Los machos tienen dos estrategias. La primera es luchar. «Adoptada por mamíferos como el ciervo y reptiles como el cocodrilos compiten por controlar un tramo del río y aparearse con las hembras que allí se encuentran. Ser más grande cuenta, al igual que el impulso hormonal: la testosterona está relacionada con la agresividad.

En lagartos los lagartos de pared, por ejemplo, te hacen más vistoso, más agresivo y dispuesto a defender tu territorio», dice Ficetola. Quien gana se aparea. ¿Y mejora la especie? ‘Eso es lo que pensaba Darwin: los machos más fuertes tienen mejores genes’, señala Pilastro. ‘En realidad, los caracteres de los que ganan se extienden, pero no hay necesariamente una ventaja general. Esos genes que dan más músculos o más hormonas masculinas son buenos para los hijos, pero quizá hagan menos fértiles a las hijas».

…. o ser más guapo

La segunda estrategia consiste en lucirse con colores y cantos para ser elegido por una hembra que busque una pareja más adecuada.

«Muchos de estos rasgos son ‘señales honestas’ de recursos, tanto internos (un macho sano) como externos (un buen territorio)», explica Pillar. Piensa en los colores de varios machos. En pavo real en cardenal rojo en el que el plumaje escarlata se obtiene de los carotenoides consumidos en la dieta. «Sólo un macho bien alimentado tiene los suficientes para tener un plumaje llamativo.

El forapaglie en cambio, ‘alardea’ de un canto elaborado, cuyas frecuencias y complejidad están ligadas a la riqueza de su terreno», concluye Pilastro. «Y en el pez guppy americano, los machos tienen manchas anaranjadas parecidas a frutas que caen al agua. Que las hembras notan’. En la naturaleza, hay más de cincuenta tonalidades.

La segunda estrategia consiste en exhibirse con colores y cantos para ser elegido por una hembra que busca una pareja adecuada. «Muchos de estos rasgos son ‘señales honestas’ de recursos, tanto internos (un macho sano) como externos (un buen territorio)», explica Pillar.

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