Imagínate contemplando un fósil diminuto, de apenas unos milímetros… y de repente darte cuenta de que tienes ante tus ojos un auténtico retrato familiar de los insectos, crustáceos y ciempiés que hoy pueblan nuestro planeta. Pero hablamos de un animal de más de 500 millones de años. ¿Cuántos secretos puede esconder un fósil tan pequeño? Muchísimos. De hecho, uno de los más recientes hallazgos sobre la criatura extinta Jianfengia multisegmentalis está escribiendo un nuevo capítulo en la fascinante historia de la evolución de los artrópodos.
Un fósil sencillo, pero con una cabeza revolucionaria
Hablemos de Jianfengia. No es grande, ni se rodea de filigranas evolutivas: su cuerpo, prácticamente una secuencia de segmentos idénticos, podría parecer aburrido a simple vista. Pero basta fijar la mirada en su cabeza para que el asombro despierte. Ahí, en apenas dos milímetros, asoman unos ojos pedunculados – como los que lucen los cangrejos modernos – y unos ojos frontales simples, esos típicos puntos negros que resultan familiares a cualquiera que haya mirado de cerca a una mosca.
Y sin embargo, durante años, los científicos creyeron que Jianfengia era un antepasado de los quelicerados – el gran grupo de las arañas y los escorpiones. Nada más lejos de la realidad. Los megacheiranos como Jianfengia y su primo Alalcomenaeus siempre fueron agrupados por sus robustos apéndices cefálicos, esas «manos grandes» tan propias de muchos fósiles embridados en las rocas del Cámbrico. ¿Pero y si todo ese árbol genealógico estaba mal orientado?
Nuevas pistas desde el cerebro fósil
Gracias a la tecnología actual, el hallazgo de cerebros fosilizados en varios ejemplares ha permitido mirar donde nunca antes se había podido: dentro de la mismísima caja craneana. El equipo liderado por Nicholas Strausfeld de la Universidad de Arizona, reconstruyó delicadamente los diminutos sistemas nerviosos de Jianfengia y Alalcomenaeus y se toparon con una sorpresa monumental. Jianfengia no se parece en nada, a nivel cerebral, a los escorpiones o al icónico cangrejo herradura… sino a los insectos y crustáceos. Por dentro, es todo un mandibulado.
De pronto, ese fósil pequeño y sencillo se convierte en la clave para explicar una de las divisiones más profundas del árbol de los artrópodos: por un lado, los mandibulados (insectos, crustáceos, ciempiés, milpiés), por otro, los quelicerados. Bastaron cuatro fósiles con sus cerebros parcialmente conservados para cambiar el rumbo de esta vieja discusión científica.
La cabeza que inventó los insectos
La cabecita de Jianfengia tiene una cubierta dura, apenas una «concha», pero lo que llama la atención son esos dos enormes apéndices prensiles. Justo detrás, los ojos resaltan: compuestos y simples, como una mezcla de gafas multifocales y pequeñas linternas. ¿La esencia de los camarones, las gambas, los cangrejos? Ahí, condensada y esperando ser reconocida por los ojos modernos de la ciencia.
Y los científicos no dudan: el cerebro de Jianfengia es muy similar al de las artemias actuales, esos popularísimos «monos de mar» que tantas veces sirvieron de primera mascota en casa o en el colegio. Es decir, no solo se trata de un fósil raro, sino de un auténtico testamento viviente – petrificado – de la diversificación animal que pobló el Cámbrico y que todavía resuena en los artrópodos que nos rodean hoy.
El árbol evolutivo reescrito… por un cerebro fósil
La investigación, publicada en Nature Communications, pone el foco en un mensaje contundente: los detalles del exoesqueleto engañan, pero un vistazo al cerebro fósil revela muchas más respuestas. Strausfeld lo resume de forma rotunda: «Examinar los restos neuronales puede ser decisivo para entender quién es quién en la historia de la vida».
Frank Hirth, del King’s College de Londres y coautor del trabajo, lo lleva más lejos: apunta a la admirable robustez de estos diseños neuronales, prácticamente inalterados, pero maravillosamente variados. Y ahí está parte del secreto del éxito de los artrópodos: han sabido evolucionar variando sin perder la esencia.
Un faro hacia nuestro pasado más remoto
¿De qué nos sirve estudiar un animal de hace 500 millones de años? Mucho más de lo que podríamos suponer. De su pequeño cráneo, y de unos apéndices que parecen garras de cangrejo o patas de escarabajo, emana la evidencia de que la vida no avanza en líneas rectas, sino que explora posibilidades, recula, se reinventa. Y en cada fósil, hasta en el más humilde, puede estar la clave para entender de dónde venimos… y hacia dónde podríamos ir.
Así que la próxima vez que veas una gamba, una mosca o un ciempiés, piensa que quizás, muy al fondo de su anatomía, hay un guiño secreto a Jianfengia y al gran experimento evolutivo que nunca ha dejado de expandirse bajo nuestros pies – y sobre nuestras cabezas.
Fotografía: Fósil de Jianfengia, cortesía de Nature Communications