¿Te has preguntado alguna vez cuánta agua congelada “respira” la Antártida cada invierno? Imagina una inmensa sábana helada que se contrae y expande: este año, esa sábana no ha llegado tan lejos como antes. El hielo marino antártico vuelve a alarmar, y no precisamente por buenas noticias.
Un invierno austral que no bate récords… pero tampoco tranquiliza
Cada septiembre, cuando el frío arrecia en el hemisferio sur, científicos y satélites centran su mirada al fin del mundo para medir el máximo respiro del hielo marino antártico. En 2025, el termómetro (o mejor dicho, los ojos electrónicos del espacio) ha señalado una cifra cuanto menos preocupante: apenas 17,81 millones de kilómetros cuadrados cubiertos por hielo marino, la tercera extensión máxima más baja jamás registrada desde que los satélites comenzaron a tomarle el pulso al continente helado en 1979.
Eso sí, este año la Antártida ha recuperado parte del terreno perdido en 2023 – cuando alcanzó su mínimo dramático – pero el consuelo es pequeño. La extensión máxima de 2025 queda 740.000 kilómetros cuadrados por encima del peor dato de la historia, pero todavía se encuentra 900.000 kilómetros cuadrados por debajo del promedio habitual que había entre los años 1981 y 2010. Y ese desajuste es mucho más que una simple estadística: es un síntoma de que el hielo antártico, ese frío “guardabosques” de la salud planetaria, no está en su mejor momento.
¿Dónde falta hielo y dónde se mantiene?
Profundizando en los detalles, vemos cómo la distribución del hielo marino es irregular, como si el invierno hubiese acolchado solo algunas zonas. El océano Índico antártico y el mar de Bellingshausen muestran una escasez de hielo, muy por debajo de la media que solía ser normal. Por otro lado, el mar de Ross ha conseguido mantener – e incluso superar ligeramente – sus registros típicos de cobertura helada.
Este patrón desigual plantea un enigma para la ciencia: ¿qué fuerzas están dictando este reparto caprichoso? La respuesta, como casi siempre, es una madeja de factores climáticos globales, vientos errantes y tal vez el eco de un clima que ya no es aquel al que el hielo se acostumbró.
Un máximo anticipado y el reloj invernal alterado
Otro dato curioso de 2025: el máximo de hielo se alcanzó el 17 de septiembre, seis días antes de lo que era habitual entre 1981 y 2010, cuando la fecha mediana solía situarse en el 23 de septiembre. En ese periodo clásico, el máximo solía fluctuar entre el 18 y el 30, pero ahora parece querer adelantarse. Quizá el hielo, igual que nosotros, se ve forzado a apresurarse por un clima que lo empuja a tomar decisiones antes de tiempo.
¿Por qué importa la extensión del hielo marino antártico?
No hablamos solo de paisajes increíbles o récords helados. La salud del hielo marino antártico tiene ramificaciones para todo el planeta: afecta a la fauna (pingüinos, focas, ballenas), a los patrones de temperatura marina y atmosférica, e incluso al nivel del mar. Cada vez que el hielo pierde terreno, se alteran delicados equilibrios que acaban por tocarnos a todos, estemos en Buenos Aires, en Barcelona o en cualquier puerto lejano.
Un termómetro global que pide atención
La tendencia – con sus repuntes y mínimos históricos – está ahí para recordarnos que la Antártida, ese extremo silente de la Tierra, es más sensible y vulnerable de lo que pensamos. Y que su “aliento” de hielo sigue encadenando récords a la baja. La pregunta es: ¿seremos capaces de escuchar esa señal antes de que el silencio sea irreversible?





