¿Sabías que, en 2024, solo uno de cada tres ríos o lagos del planeta tuvo un comportamiento “normal”? Pues sí. El ciclo del agua se desbocó: diluvios aquí, sequías allá, y en medio la incertidumbre de millones de personas dependientes del oro transparente. Una montaña rusa hídrica que presiona la economía, acosa al medioambiente y nos obliga, cada vez más, a mirar el cielo con angustia. ¿Estamos preparados para convivir con este nuevo orden?
Un planeta con el agua fuera de quicio
El Informe sobre el Estado de los Recursos Hídricos Mundiales 2024, publicado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), lanza un mensaje nítido: nuestro acceso al agua dulce oscila entre extremos, y las condiciones “normales” solo se repiten en cerca de un tercio de las grandes cuencas fluviales del planeta. Nada más y nada menos. El resto, en desequilibrio: o le sobra agua, o la echa dramáticamente en falta.
Este desbarajuste no es una anomalía puntual, ni mucho menos: llevamos seis años con el mismo panorama. La tendencia, dicen los analistas de la OMM, se agrava año tras año, empujando a millones de personas hacia la inseguridad hídrica y tensionando los ecosistemas en los que florece la vida.
2024: cuando los ríos se rebelaron
En el ecuador y el hemisferio sur, la crónica del agua va de añoranza. Sequías severas en la selva amazónica y otras partes de Sudamérica –por tercer año consecutivo–, también en África meridional. Mientras tanto, en África Central y Occidental y en regiones de Asia y Europa Central, el guion fue completamente opuesto: lluvias fuertes, desbordamientos, suelos totalmente empapados. Ni siquiera los glaciares, esos grandes depósitos de agua a cámara lenta, escaparon a la tendencia: 2024 fue otro año de retroceso generalizado, con el hielo fundiéndose a un ritmo que ya alarma incluso al más escéptico.
Ríos y lagos: entre extremos
- Solo un tercio de las cuencas hidrográficas —los grandes sistemas de ríos y lagos— se comportaron como suele ser normal, según los datos históricos entre 1991 y 2020.
- En Sudamérica, caudales muy por debajo de la media en ríos icónicos como el Amazonas, São Francisco, Paraná u Orinoco. Y en el sur de África, lo mismo en cuencas como Zambeze, Limpopo u Orange.
- Europa Central y Asia, por el contrario, lidiaron no con la escasez sino con el exceso: inundaciones en los caudalosos Danubio, Ganges, Indo y Godavari.
Un detalle llamativo: casi todos los 75 grandes lagos del mundo midieron temperaturas superiores a la media en pleno verano boreal, empeorando la calidad del agua y, por cierto, animando el crecimiento de algas perjudiciales para la fauna y la salud humana.
Glaciares en retirada: el agua se escapa del futuro
En 2024, los glaciares perdieron tanto hielo que el volumen derretido –450 gigatoneladas– podría llenar 180 millones de piscinas olímpicas. ¿Te ruedas en un bloque imaginario de siete kilómetros de lado por siete de fondo y siete de altura? Eso mismo se vaporizó. Esta agua, ahora en los océanos, eleva el nivel del mar y pone en jaque a cientos de millones de habitantes de costas y deltas.
El drama se cebó especialmente con Escandinavia, Svalbard y el norte asiático. Aunque otras regiones, como los confines del Ártico canadiense y la periferia de Groenlandia, vivieron una pérdida de hielo algo más moderada, la tendencia general no deja espacio para el optimismo.
Extremos climáticos: cronología de una crisis
Los eventos extremos se repitieron sin distinción de continente ni de calendario. África tropical afrontó lluvias torrenciales inéditas, más de 2.500 víctimas mortales y cuatro millones de personas forzadas a abandonar sus hogares. Europa, acostumbrada a ver inundaciones, experimentó las mayores en más de una década. Asia y el Pacífico, zarandeadas por lluvias monumentales y ciclones, sumaron más de un millar de fallecidos.
En Brasil, el sur agonizaba entre aguas desbordadas y, contradictoriamente, la cuenca amazónica seguía envuelta en la sequía iniciada en 2023, un fenómeno que afecta a casi el 60% de la superficie nacional.
Sobreexplotación y falta de reservas: el círculo vicioso
La presión humana añade otro grano de sal –o, mejor dicho, de sed– al asunto. Solo el 38% de los pozos monitorizados en 47 países presentaron niveles normales en sus aguas subterráneas; el resto, rozaba los extremos. Las extracciones masivas en muchas regiones están vaciando los acuíferos y rompiendo el equilibrio ya precario de nuestros reservorios invisibles.
¿Un futuro más seco y desigual?
Actualmente, cerca de 3.600 millones de personas sufren problemas serios para acceder al agua al menos un mes cada año. Y se calcula que, para 2050, serán más de 5.000 millones los que afronten esta angustia. Lejos, muy lejos, de alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 6 sobre agua y saneamiento universal.
Frente a semejante desafío, las voces científicas coinciden: información precisa, vigilancia y planificación basada en datos son imprescindibles. Porque, como subrayó Celeste Saulo, al frente de la OMM, “no podemos gestionar lo que no medimos”. Cada gota importa. Y la urgencia de cuidar cada una de ellas nunca fue tan real y tan global.