¿Alguna vez te has parado a pensar cuánto pueden hacer los pulpos con sus ocho brazos? Más allá de la imagen misteriosa que proyectan, estos cefalópodos son auténticos malabaristas marinos, capaces de combinar fuerza y destreza en una coreografía asombrosa. Y ahora, la ciencia empieza a desgranar los secretos de su increíble control motor. ¿Cómo «piensa» y se mueve uno de los animales más enigmáticos del océano?
Los pulpos: mucho más que ocho brazos
Los pulpos, esos genios camuflados de los fondos marinos, siempre han fascinado a científicos y curiosos. Y por fin, un nuevo estudio liderado por la Universidad Atlantic de Florida, junto con colegas del Laboratorio de Biología Marina de Woods Hole, ha arrojado luz sobre cómo utilizan estos animales sus brazos en libertad: no solo para moverse o cazar, sino adaptando estrategias según el entorno y el reto.
Brazos con especialidades propias
Puede parecer que los pulpos actúan como auténticos artistas del caos, moviendo cada brazo como les viene en gana. Pues no es así del todo. Es cierto que pueden usar cualquiera de sus ocho extremidades para diversas tareas, pero atención a esto: durante la observación en plena naturaleza, se descubrió que ciertos brazos suelen tener preferencia por tareas concretas.
Los «brazos delanteros», por ejemplo, se especializan en explorar y reconocer el territorio. Sirven casi como las manos de un detective, palpando, investigando, tanteando nuevos rincones. Mientras tanto, los «traseros» suelen ser los motores que empujan o sostienen, ayudando al animal a avanzar o a mantenerse firme en las corrientes marinas.
Multitarea tentacular: flexibilidad sorprendente
¿Y qué hay de las habilidades? Aquí viene lo realmente asombroso: los pulpos pueden coordinar movimientos complejos y simultáneos en varios brazos. Imagina una orquesta donde cada instrumento toca melodías distintas pero encajan a la perfección. Así es la destreza del pulpo: un solo brazo puede acortar, alargar, doblar o retorcerse… incluso al mismo tiempo que interactúa con otros brazos que también se ocupan de sus propias faenas.
¿Agarrar una roca? Un brazo. ¿Atrapar una presa? Quizá dos trabajando en equipo. ¿Deslizarse como una sombra sobre la arena o lanzarse sobre una víctima usando la técnica del “paracaídas”? Utilizará su repertorio completo, coordinando hasta cuatro o cinco brazos en el proceso.
Estudio en el territorio salvaje
Para entender todas estas habilidades, los investigadores se lanzaron al agua –literalmente– y recopilaron horas de vídeos en seis hábitats naturales diferentes, desde los arenales caribeños hasta las costas de España. Analizaron casi 4.000 movimientos tentaculares en 25 grabaciones de tres especies de pulpo.
El trabajo permitió identificar 12 acciones motoras distintas, que se combinaban en 15 patrones de comportamiento. Cada acción partía de cuatro «deformaciones básicas»: acortar, elongar, flexionar o retorcer el brazo.
El secreto está en cada parte del brazo
La especialización no termina ahí. El estudio halló que las diversas regiones del brazo —la zona más próxima al cuerpo, la media y la punta— también tienen papeles preferentes. Las curvaturas (cuando el pulpo dobla el brazo) aparecen sobre todo en la punta, ideal para envolver y agarrar pequeños objetos o presas. Mientras, la elongación —el clásico «estirón» tentacular— suele ocurrir más cerca del cuerpo, fundamental para los grandes desplazamientos o un cambio rápido de dirección.
Supervivientes de mil formas
Pero todo esto no solo sirve para comer o moverse. Los pulpos sacan ventaja de su flexibilidad para camuflarse como una roca, un alga flotante o una pieza más del arrecife según convenga. Sus brazos también son esenciales para excavar guaridas, defender su territorio e incluso lidiar con rivales durante las temporadas de apareamiento. Un auténtico todo en uno evolutivo.
De la naturaleza al laboratorio… y más allá
Observar a estos animales en el entorno real no es tarea sencilla. La naturaleza manda, y capturar comportamientos reales —esos que nunca verías en un acuario— requiere paciencia, resistencia y, claro, un poco de suerte.
Pero estos hallazgos no solo enriquecen nuestro conocimiento sobre la inteligencia y adaptabilidad del pulpo. Inspirarán, quién sabe, los tentáculos robotizados del futuro, sistemas de movimiento avanzado y nuevas líneas de investigación en neurociencia o robótica blanda. Todo empieza ahí abajo, en una roca cualquiera, con un pulpo estirando uno de sus brazos, listo para descubrir qué le depara el próximo recoveco del océano.
Quizá la próxima vez que veas en vídeo un pulpo desplazándose, te acuerdes: cada uno de sus brazos esconde secretos de evolución, músculo y cerebro colaborando. Los tentáculos de la naturaleza, más versátiles de lo que nunca hubiéramos imaginado.