Las huellas de ave más antiguas tienen 120 millones de años

En Australia se han encontrado huellas fósiles de aves que datan del Cretácico temprano, cuando el continente aún formaba parte de Gondwana.

Aves
Algunas de las huellas fósiles de aves descubiertas en Australia.

De todos los vertebrados, las aves son quizá los más difíciles de encontrar en el registro fósil: suelen ser pequeñas y tener huesos muy finos y huecos, por lo que son frágiles; sus cuerpos no se conservan fácilmente tras la muerte. Tomemos como ejemplo la Formación Wonthaggi, en Australia Meridional: es rica en fósiles que se remontan al Cretácico, incluidos dinosaurios, anfibios y mamíferos.

Y entre toda esta abundancia, se encontró un único hueso de ave, excavado en 2014. Ahora, sin embargo, llegan nuevas pruebas fósiles de aves procedentes de esa misma formación: se trata de huellas de hace unos 120 millones de años, las huellas de ave más antiguas jamás encontradas no en Australia, sino en todo Gondwana. El estudio sobre estas huellas se publicó en PLOS One.

Migraciones prehistóricas

Gondwana, por supuesto, ya no existe en la actualidad: fue un supercontinente que se formó hace 800 millones de años y comenzó a fragmentarse durante el periodo Triásico, hace unos 200 millones de años, iniciando un proceso que se completó hace unos 22 millones de años. Hoy, los «trozos» de Gondwana representan dos tercios de la masa terrestre del planeta: Australia, Sudamérica, África, la Antártida, la Península Arábiga, la India…

En la época en que vivían las aves que dejaron las huellas fósiles, Australia aún estaba unida a la Antártida. Según los autores del estudio, el número y la ubicación de las huellas sugieren que los animales a los que pertenecen (que son una o varias especies aún no identificadas) se desplazaban en grupo y migraban según las estaciones: las huellas fueron dejadas en barro, muy probablemente el que cubría el suelo durante la primavera, al derretirse el hielo invernal.

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Una mano externa

El primer autor del estudio, Anthony Martin, de la Universidad de Emory, explicó que el descubrimiento no habría sido posible sin la ayuda de la segunda firmante del trabajo, Melissa Lowery, que es una cazadora de fósiles aficionada que ayuda a instituciones locales de forma voluntaria, y que es «increíblemente buena», según Martin, detectando huellas fósiles que a menudo se escapan incluso a los profesionales.

Y que además son efímeras: las primeras huellas de ave descritas en el estudio se encontraron en 2020, y el equipo creó inmediatamente moldes de poliéster para preservarlas; y menos mal, porque algunas de estas huellas ya han desaparecido, consumidas por el tiempo, los elementos y la vida marina.

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