La inquietante desaparición de insectos avanza incluso en los entornos naturales mejor conservados

¿Quién podría imaginar que, bajo el sol inabarcable de Colorado, en esas praderas que parecen intactas e infinitas, se esconde una noticia que pone los pelos de punta a cualquier amante de la naturaleza? Ni los paisajes más remotos se libran: la población de insectos se desploma a marchas forzadas, y el enemigo aquí no lleva botas ni bulldozers, sino que se cuela en la atmósfera, invisible y letal: el cambio climático.

Los guardianes diminutos de los ecosistemas en jaque

Coloridos, zumbantes, imprescindibles. Puede que a muchos nos moleste algún mosquito en una tarde de verano, pero lo cierto es que los insectos son piezas cruciales para la maquinaria de la vida silvestre. Polinizan flores, reciclan nutrientes y sustentan a buena parte de la cadena trófica. Sin ellos, las praderas, los bosques, y hasta nuestros platos, serían escenarios mucho más pobres.

Un reciente estudio dirigido por Keith Sockman, biólogo y profesor en la Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill, acaba de prender otra señal de alarma: en una pradera subalpina de Colorado, vigilada y registrada con rigor científico durante dos décadas, la población de insectos voladores ha caído un implacable 72%. ¿La razón? Las temperaturas veraniegas que no dejan de subir.

¿Qué está pasando en las montañas “sin alteración humana”?

Resulta tentador pensar que los grandes problemas ambientales solo suceden en lugares retocados por la mano humana. Zonas agrícolas, urbanos, bosques talados… Pero este laboratorio al aire libre está lejos del tráfico y de los campos cultivados. Aquí, en las alturas de Colorado, el monitoreo continuo entre 2004 y 2024 –enmarcado en un lugar con más de treinta años de registros meteorológicos– ha puesto la lupa sobre los efectos directos del clima.

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Cada año, el número de insectos voladores disminuye un 6,6% de media en este enclave casi virgen. Un descenso silencioso, pero demoledor, que no se puede achacar a plaguicidas, ni a carreteras, ni al “progreso” convertido en cemento. El calentamiento global emerge así como protagonista indeseado, azuzando dinámicas que no entienden de fronteras.

Montañas ricas en vida (y aún más vulnerables)

“Las montañas albergan muchas especies únicas, joyas adaptadas a condiciones extremas”, cuenta el propio Sockman. Y claro, si los insectos ceden terreno, el daño se multiplica: muchas plantas dejan de ser polinizadas, los pájaros pierden alimento, se quiebra el equilibrio. No son solo vecinos discretos: son el corazón del ecosistema.

Hasta hace poco, los informes sobre la caída de los insectos se centraban sobre todo en zonas impactadas por la agricultura o la urbanización. El trabajo de Sockman rellena un vacío esencial: prueba que la merma es igual de letal en paisajes “prístinos”. En otras palabras: no existen refugios intocables.

Un llamado urgente a la conservación y la acción climática

¿Qué podemos sacar en claro después de veinte años vigilando insectos en lo más profundo de Colorado? Primero: sabemos menos de lo que deberíamos sobre lo que sucede fuera de los grandes focos humanos. Segundo: nadie está a salvo de los efectos del cambio climático. Tercero, y no menos importante: necesitamos monitorear más, compartir datos y actuar rápido si queremos que las siguientes generaciones disfruten el vibrante aleteo de mariposas, las lluvias de escarabajos, la sinfonía completa de la vida pequeña.

Así, bajo un cielo azul sin mácula, la desaparición gradual de los insectos es el síntoma que no deberíamos dejar pasar. Porque tras ellos, tarde o temprano, vendrán cambios mucho más difíciles de revertir.

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¿Te interesa profundizar en el estudio?

  • Echa un vistazo a la investigación publicada en la revista Ecology. Puedes consultarla aquí.

Un recordatorio más: lo que le pase a los insectos –en Colorado, en España, en cualquier rincón del mundo– nos lo estamos jugando todos.

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