El aumento de la temperatura en los océanos amenaza a un microbio esencial para la vida marina

¿Sabías que un diminuto microbio, invisible al ojo humano, sostiene toda la vida en los océanos? Y que el mar que hoy conocemos podría estar a punto de perder a su ingeniero principal justo por el calentamiento global. Así es, hablamos del Prochlorococcus, el microbio del millón de milagros.

El gigante invisible del océano

Por debajo de las olas, donde la luz juega sus últimos reflejos antes de disiparse en la profundidad, existe un actor silencioso y esencial para el planeta: el Prochlorococcus. Esta cianobacteria —sí, ese término que suena raro pero significa “alga verdeazulada”— es el organismo fotosintético más abundante del mundo marino. Absorbe la luz del sol, captura carbono y fabrica, nada menos, el 5% de toda la fotosíntesis que ocurre en el planeta.

Se dice rápido, pero su presencia abarca más del 75% de las aguas superficiales oceánicas. Alimenta a criaturas minúsculas y, a su vez, sostiene la red trófica: desde los filamentos más delicados del plancton hasta las majestuosas ballenas. Sin embargo, este milagro evolutivo se enfrenta a su límite.

¿Demasiado calor bajo las olas?

Durante mucho tiempo, los científicos apostaban porque el Prochlorococcus, al prosperar en aguas cálidas, resistiría sin problemas el alza de temperaturas que trae la crisis climática. Pero la ciencia avanza desmontando suposiciones. Un estudio dirigido por François Ribalet, de la Universidad de Washington, cuestiona este mito: el microbio no soporta aguas que suben de 29°C. Y, según modelizaciones actuales, ese umbral caerá con demasiada facilidad en buena parte de los mares tropicales en los próximos 75 años.

Expediciones, láseres y muchas preguntas

Imagina casi cien travesías oceánicas —kilómetros y kilómetros de mar abierto— para seguir el pulso de un microbio. El equipo de Ribalet utilizó un citómetro de flujo (una especie de escáner láser para células acuáticas) a bordo del buque Thomas G. Thompson. Durante una década, han contado y examinado unos 800.000 millones de células de Prochlorococcus.

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¿El objetivo? Saber en qué condiciones son felices —bueno, en caso de que los microbios sientan algo parecido. La respuesta ha sido contundente: si el agua sube de 29 grados, la tasa de división celular, esencial para el crecimiento del Prochlorococcus, se derrumba a solo un tercio respecto a las condiciones ideales. Y a menor multiplicación, menor soporte alimentario para todo el océano.

Un genoma ultraligero… y una vulnerabilidad inesperada

A lo largo de millones de años, Prochlorococcus ha seguido una estrategia darwiniana radical: cuanto menos genes, mejor para sobrevivir con casi nada. Ha dejado atrás todo lo accesorio, guardando lo mínimo para su vida en el cálido y azul océano tropical.

Esto le funcionó perfectamente, hasta ahora. Porque lo que una vez fue fortaleza, hoy se convierte en debilidad: no posee genes para adaptarse a un golpe de calor. Mientras tanto, las temperaturas oceánicas ya han comenzado a superar su límite en varias zonas tropicales.

¿Hay alguien preparado para sustituirlo?

Prochlorococcus tiene un primo: Synechococcus. Este es más robusto, con un genoma cargado de herramientas, capaz de resistir temperaturas algo más altas, pero mucho más exigente en nutrientes, difíciles de encontrar en las superficies cálidas y pobres.

  • Si el Prochlorococcus desaparece, ¿Synechococcus asumirá su rol?
  • ¿Podrán los animales marinos adaptarse a un menú microbiano distinto?

No hay respuestas sencillas a este interrogante. Y los expertos prevén una posible disrupción en la cadena alimentaria, afectando desde larvas de pez hasta grandes depredadores.

Proyecciones: un mundo marino en movimiento

Los números impresionan. Un calentamiento moderado podría reducir un 17% la productividad de Prochlorococcus en los trópicos; bajo escenarios más graves, la merma superaría el 50%. Globalmente, un descenso del 10% a casi el 40% no es solo una cifra. Es un cambio radical en la manera en que funciona el océano.

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Eso sí, la bacteria no se extinguirá. Se desplazará —hacia los polos— en busca de temperaturas más amables. Pero su hábitat, su dinámica y el equilibrio tenaz del océano, quedarán tocados para siempre.

Un mar menos resiliente

De fondo, el mensaje es inquietante. El mar, ese azul inmenso donde creemos que la vida bulle sin límites, se apoya en delicados equilibrios. El futuro no está solo en manos de grandes animales, ni siquiera de los seres humanos, sino de actores tan diminutos como esenciales.

Hablar de Prochlorococcus es hablar del pulmón del planeta. Y su fragilidad, en este mundo cada vez más cálido, nos recuerda la necesidad —urgente— de cuidar el clima para proteger lo invisible. Lo que realmente importa.

Quizá la próxima vez que mires el océano al atardecer, recuerdes que su fuerza descansa en lo más pequeño.

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