¿Alguna vez te has preguntado cuál era la velocidad máxima de un dinosaurio carnívoro corriendo por lo que hoy es Asia? Un nuevo hallazgo en Mongolia Interior pone el listón muy alto y rompe récords del Cretácico. Detrás de la historia, huellas esculpidas en roca que siguen gritando, millones de años después, la vida intensa de los terópodos: los depredadores más ágiles y temibles de hace 100 millones de años.
El récord del terópodo más rápido en el Cretácico
Atravesar un paisaje arcilloso, húmedo, entre helechos gigantes y palmas; los investigadores chinos se toparon con un espectacular grupo de huellas fosilizadas en el yacimiento de Otog. Allí, en pleno corazón de Mongolia Interior, han encontrado no solo restos de pisadas sino una especie de “cronómetro” prehistórico grabado en piedra. ¿El resultado? El terópodo más veloz identificado hasta la fecha en el periodo Cretácico, capaz de alcanzar la friolera de 45 kilómetros por hora.
El estudio, publicado en “Science China Earth Sciences”, desvela un auténtico puzzle paleontológico: al analizar la distancia y el tamaño de las huellas dejaron constancia del particular “sprint” de estos dinosaurios. El rastro que robó todas las miradas pertenece a un terópodo de tamaño mediano cuyas cinco huellas consecutivas muestran cada una una sorprendente longitud de 25,25 centímetros y una zancada tan extensa como 5,3 metros. Imagina a ese animal imponente, cruzando el fango a velocidad de persecución.
Un fósil que responde a viejos enigmas
Las dudas de generaciones de paleontólogos sobre la velocidad real de los dinosaurios carnívoros han encontrado una respuesta incontestable en el barro fosilizado mongol. Es la prueba directa más rápida jamás registrada para un terópodo de tamaño mediano de la era cretácica. El trabajo, además, se apoya en registros detallados y evidencia física tangible.
Gigantes a paso lento: la huella más larga de China
El mosaico de huellas de Otog no termina en los velocistas. Junto a los rastros de carrera, hay otros mucho más sosegados: tres largos rastros y dos huellas dispersas, trazadas por terópodos bastante más grandes. Estas impresiones, algunas de más de 44 centímetros de largo y zancadas de 2,5 metros, indican desplazamientos a un ritmo modesto: entre seis y ocho kilómetros por hora. Lentos pero poderosos, dejando tras de sí la huella de su dominio en el ecosistema.
Después de retirar sedimentos que ocultaban el inicio del sendero, el equipo localizó un asombroso total de 69 huellas en línea recta, extendiendo el rastro hasta 81 metros, lo que la convierte en la huella de terópodo más larga localizada hasta la fecha en China. Todo un camino grabado en piedra que revela cómo estos colosos recorrían la antigüedad mesozoica, casi como un pasadizo al pasado.
Carreras, caza y supervivencia: ¿qué nos cuentan estas huellas?
No solo hablamos de números y distancias; nos enfrentamos a pistas sobre el comportamiento y la vida cotidiana de los dinosaurios. Las huellas rápidas, según sugieren los autores del estudio, podrían indicar un momento de caza activa –un acecho frenético tras una presa– o, quizá, una huida ante otro terópodo aún más formidable. La evidencia física apunta a una vida donde cada segundo contaba, acelerando para comer o para no ser comido.
Escuchando el latido de eras remotas
En Otog, la piedra habla y cuenta historias de supervivencia, velocidad, competencia y adaptación. Las investigaciones sobre las huellas fosilizadas no solo sacan a la luz récords paleontológicos, sino que nos invitan a imaginar la energía y los desafíos de la vida prehistórica: carreras desenfrenadas bajo un sol ancestral, pisadas que aún vibran en la memoria de la Tierra.
- Velocidades de 45 km/h documentadas en terópodos medianos.
- Huellas gigantes con pasos tranquilos registradas en el mismo yacimiento.
- El rastro de terópodo más largo jamás descubierto en China.
- Evidencias de comportamiento: ¿caza, huida… o ambas?
Sea cual sea el motivo, estos vestigios nos lo ponen fácil para soñar. Porque a veces, para saber de verdad cómo era la vida hace cien millones de años, solo hay que agacharse, posar la mano sobre la roca… y escuchar lo que la tierra aún tiene que contar.






