¿Qué ocurre si te digo que dos tercios de la Tierra han cruzado un umbral ecológico crítico, y que esto empezó mucho antes de lo que imaginas? Pues sí: la integridad funcional de la biosfera se resiente más cada día, y este asunto nos atañe a todos. Pero… ¿Qué hay detrás de este concepto, y por qué debería importarte tanto?
Un planeta fuera de su zona de confort: el nuevo mapa de la biosfera
Recientemente, un grupo internacional de científicos ha puesto en el mapa —literalmente— el estado más delicado de nuestro planeta: la llamada “integridad funcional de la biosfera”. El hallazgo central, y no, no exageramos, es chocante. Más del 60% de las tierras emergidas ya se sitúan fuera de una franja segura para multitud de sistemas ecológicos. Y casi un 40% se ha colado en una zona que los investigadores clasifican como de alto riesgo. ¿Estamos a tiempo de reconducir este rumbo?
¿Qué es exactamente la integridad funcional de la biosfera?
El término puede sonar a jerga científica abstracta, pero su significado se ancla en algo básico: es la habilidad de las plantas, árboles y demás green team para regular los grandes equilibrios del planeta. O, dicho de otra manera, es ese engranaje invisible que consigue que flujos esenciales como el carbono, el agua y el nitrógeno circulen y se renueven en los ecosistemas. Sin embargo, a medida que el ser humano modifica bosques, selvas o praderas para obtener recursos —alimentos, madera, biocombustibles, pastos— la naturaleza pierde parte de su autopropulsión. Y, en definitiva, su capacidad de mantenimiento y regeneración va cuesta abajo.
El corazón de los límites planetarios
Junto con el cambio climático y la acelerada pérdida de biodiversidad, la integridad de la biosfera conforma el epicentro del concepto «límites planetarios». Se trata del margen dentro del cual la humanidad puede operar sin empujar al planeta a puntos de no retorno.
La investigación más reciente apunta a un aspecto crucial: la energía que absorben y procesan las plantas vía fotosíntesis es el verdadero motor de la estabilidad terrestre. Pero… los humanos estamos desviando cada vez más de ese flujo. Lo extraemos para nuestros usos, privando así a la propia naturaleza de sus propios mecanismos de autorregulación. Así, los procesos ecológicos se descosen, a menudo de manera silenciosa pero tenaz.
De la Revolución Industrial a hoy: una trayectoria preocupante
Los investigadores han recorrido la historia ecológica del planeta desde el año 1600. Y los números abruman: ya entonces, y especialmente desde 1900 —con la expansión agrícola y la explosión industrial— los ecosistemas comenzaron a perder su seguridad local. Si a comienzos del siglo XX el 37% de la superficie terrestre mundial estaba fuera de la zona segura, hoy ese porcentaje se ha disparado al 60%. Y lo peor: el área en situación de alto riesgo ha crecido del 14% al 38%.
- Las grandes transformaciones vegetales han ocurrido sobre todo en Europa, Asia y Norteamérica.
- La pérdida de integridad empezó mucho antes del calentamiento global desatado del siglo XX.
Indicadores que van más allá de la simple producción
Para dimensionar la presión sobre la biosfera, los científicos han combinado dos indicadores: uno mide cuánta biomasa es absorbida por las actividades humanas; el otro evalúa cómo se desestabilizan la vegetación, el agua, el carbono y el nitrógeno en los ecosistemas. Juntos, filtran una foto mucho más precisa de cuán lejos estamos del equilibrio.
¿Por qué debería preocuparnos este mapa ahora?
Porque se trata de un aviso robusto, con datos detrás, sobre nuestra dependencia de lo que ya se está debilitando: bosques sanos, ciclos del agua, servicios que la naturaleza ofrece gratis… y que coste, mantenerlos. Además, este nuevo mapa global permite tomar mejores decisiones, tanto políticamente como a nivel científico. Según los líderes del estudio, proteger la biosfera debería ser la base de cualquier estrategia climática. Primero el soporte de la vida; después, el resto. Así de claro.
Cambiar el relato: la biosfera, aliada en la acción climática
En definitiva, el mensaje es rotundo: no existe una política eficaz contra el cambio climático sin una apuesta decidida por mantener y restaurar la vitalidad de los grandes ecosistemas. Si aspiramos a que la Tierra sea habitable y estable, toca dejar de ver la naturaleza únicamente como almacén de recursos, y empezar a cuidarla como la infraestructura viva que sostiene nuestra existencia y la de millones de especies.
Quizá estemos llegando tarde a evitar algunos daños, pero todavía tenemos margen para revertir la tendencia en grandes regiones. Cada elección importa. ¿Será este mapa el impulso definitivo para replantear cómo actuamos sobre los recursos naturales? Depende, en gran parte, de nosotros. Y ese “nosotros”, por fin, incluye a toda la humanidad…