Revolucionaria técnica que transforma la luz del sol en combustible de forma eficiente

¿Imágenes de coches movidos por el sol, sin una gota de contaminación? ¿O fábricas cuya energía se basa en el mismo mecanismo de las hojas de un árbol? La última innovación de la Universidad de Basilea nos invita a soñar con esa posibilidad: una molécula capaz de capturar la chispa solar y transformarla en combustibles limpios, como solo la naturaleza ha sabido hacer durante millones de años.

Nueva frontera en la imitación de la vida vegetal

La fotosíntesis, ese proceso que sostiene nuestra existencia, es la “magia” biológica mediante la cual las plantas convierten la luz del sol y el dióxido de carbono en vida: azúcares repletos de energía. Poco a poco, los científicos están aprendiendo a imitarla, en busca no ya de crecer hojas, sino de obtener energía solar en forma de combustible, limpia y con un ciclo cerrado de carbono.

Revolucionaria técnica que transforma la luz del sol en combustible de forma eficiente

En un esfuerzo por lograr este milagro artificial, investigadores de Basilea han diseñado una molécula inspirada en ese mecanismo natural. La noticia no es menor: conseguir que la luz solar se transforme en hidrógeno, metanol o gasolina sintética —sin aumentar el CO2 en nuestra atmósfera— sería una revolución energética. El sueño: usar combustibles cuyos residuos nunca superen lo absorbido para crearlos. Neutros como la sombra de un árbol.

¿Cómo funciona esta innovadora molécula?

El logro, detallado en la prestigiosa Nature Chemistry, tiene nombre y apellidos: el profesor Oliver Wenger y su alumno Mathis Brändlin han desarrollado una molécula-sandwich, compuesta por cinco elementos enlazados con precisión milimétrica y un propósito bastante ambicioso.

  • En un extremo, dos “donantes” liberan electrones, generando carga positiva.
  • En el otro, dos “aceptores” atrapan estos electrones, cargándose de negatividad.
  • En el centro, un componente especializado actúa como el corazón solar: absorbe la luz e inicia la danza de los electrones.
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¿El truco? Para conseguir almacenar dos cargas positivas y dos negativas (una hazaña nada simple), el proceso requiere dos “golpes” de luz. El primero crea una pareja de cargas y el segundo repite la jugada, llevando la molécula a ese estado de doble carga dual tan difícil de lograr.

Ventajas: estabilidad y eficiencia bajo luz natural

Lo más emocionante es que, por primera vez, este sistema funciona con luz de baja intensidad, muy parecida a la del sol natural. Ni rayos láser ni potencias industriales: solo un leve destello, casi como el que perciben las propias hojas. Además, las cargas generadas son lo suficientemente estables como para realizar esas reacciones químicas cruciales (como la separación del agua en hidrógeno y oxígeno).

“Nos acercamos a las condiciones reales de la fotosíntesis natural”, explica Brändlin, el joven investigador detrás del hallazgo.

¿Estamos ante la clave de la energía del futuro?

Por ahora, estas moléculas no son todavía una fábrica solar en miniatura. Pero representan un paso crucial, una pieza del complejo puzle que es la fotosíntesis artificial. Comprender y controlar el viaje de los electrones es el primer peldaño antes de pensar en grandes reactores solares urbanos o combustibles limpios hechos a partir de nada más que agua, sol y aire.

El propio profesor Wenger resume el hito con esperanza: “Esta investigación refuerza nuestra comprensión de cómo transferir electrones, algo vital. Y confiamos en que abrirá nuevas perspectivas hacia una energía sostenible para el mundo”.

¿Qué viene después? El reto de escalar y aplicar

El gran objetivo ahora es ensamblar estas moléculas en sistemas operativos, capaces de funcionar fuera del laboratorio. El reto es enorme, sí, pero cada pequeño avance nos aproxima más a la utopía de una sociedad que use el sol para alimentar su motor, sin contaminar un solo respiro.

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La carrera por la fotosíntesis artificial sigue su curso. Y esta nueva molécula podría convertirse en uno de sus héroes silenciosos.

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